Premio Federico García Lorca de Relato 2005
En el setenta aniversario de la muerte de Federico García Lorca, el Ayuntamiento de Parla convocó la sexta edición del Certamen de Relato del mismo nombre, siendo ganador El taxidermista de almas de José Luis Gracia Mosteo, y finalista Soy Bencomo de María Cristina Bergoglio. Tanto el alcalde Tomás Gómez como el jurado en pleno destacaron la «gran calidad de los relatos». He aquí el comienzo de El taxidermista:
Fragmento
Nunca he sido supersticioso. Soy de Ciencias, no de Letras, y eso siempre lo he dejado para los soñadores. Por eso digo que nunca lo he sido. Que nunca me he tomado en serio los gatos negros, pasar por debajo de una escalera ni los martes y trece. Al contrario: siempre he disfrutado, me he reído, con el temor, la aprensión, de los ignorantes y los crédulos. Podría decirse, incluso, que vivo cómodo, seguro, en mi mundo de números. Por eso me desborda este asunto. Por eso le digo que no sé lo que pasó.
He hablado con el psiquiatra, con un sacerdote, con los vecinos, y aún no entiendo nada. Aún no entiendo lo que me dicen. Pero si yo vivía feliz. Si yo era un oficinista modelo. ¿Cómo me vienen ahora con esto? Ya sé que no me cree. Lo veo en su expresión. Pero eso es porque me ve así: despeinado, sin afeitar, con la camisa colgando. Pero le juro que siempre he sido lo contrario de lo que está viendo. Siempre he sido un hombre sereno, un maniático de la puntualidad, un tipo puntilloso que cierra la tapa del váter, deja los zapatos alineados y deshace el nudo de la corbata antes de ponerla en el colgador. Alguien que jamás se ha dejado el tubo de la pasta de dientes sin cerrar, el grifo del agua abierto o el paraguas en el autobús, es decir, todo lo contrario de lo que está viendo. Con decirle que no puedo dormir si no tengo la certeza de que el salón está en orden; los tarros, fregados; y desconectado el televisor; con decirle eso, ya se puede hacer una idea.
Mi mujer me llama don Perfecto; mi suegra, don Aburrido; pero, digan lo que digan, lo cierto es que siendo de esta manera he logrado capear las embestidas de los humores, los embates de la vida, los altibajos del espíritu. Casi podría decir incluso que nunca he comprendido esa epidemia mundial de la ansiedad o la depresión; nunca he entendido qué es lo que puede provocar el derrumbamiento de un orden mental, la demolición de un espíritu hasta convertirse en escombros en esa trinchera tras la que se agazapa el yo. Nunca los he entendido. Por eso aún entiendo menos lo que ha pasado.
Llevo una semana sin dormir y sólo consigo descansar haciendo crucigramas y autodefinidos despierto. Ya ve. Así soy. Un tipo que le pone velas a Descartes en lugar de a Santa Bárbara. Por eso me siento perdido. Por eso no comprendo lo que estoy haciendo aquí. Por eso le digo que no comprendo lo que pasó. Incluso tengo que confiarle que más que en vilo, más que asustado con este asunto, me siento ridículo. Como en medio de una broma, un reality show de esos. Porque, ¿está usted seguro de que esto no es una broma, que no hay una cámara oculta, que no es usted un actor por mucho que en su mesa ponga «Agente Juan Barraqueta»? Porque si lo es, si está por ahí mi mujer, dígale que salga, por favor. Y si no, mejor será que me aclare todo. Pero si yo soy más previsible que el sentido del agua de un río, ¿cómo es posible que me vea metido en este asunto? Pero disculpe, ya sé que no hago más que dar vueltas alrededor de ningún sitio, que giro como un satélite alrededor de mi obsesión. A propósito, ¿no tendrá un cigarrillo? Perdone si antes de empezar la declaración me doy un respiro. Déme un segundo mientras me abrocho. Me he visto en el espejo y estoy impresentable. ¿De verdad, agente, no puede decirme en calidad de qué estoy? Porque aún no sé si es como sospechoso o como testigo. Todavía no sé si ha pasado algo o no pasó. Aunque la verdad no es que me importe. Si quiere que le diga la verdad, lo que me importa de verdad es descansar y volver con mi hija y mi mujer. Eso es lo único que me importa. Aunque, en fin, ya que insiste, tendré que contar lo que recuerdo, que desde luego no es lo que he oído. Tendré que bajar por el ojo del remolino hasta el fondo de mi confusión. Tendré que dejar de ser quien he sido aunque para ello mezcle la vida y la muerte, el sentido común y la superstición. Tendré que escarbar en la memoria y el olvido. Así que permítame empezar mientras enciendo.