Zaragoza, Zócalo Editorial
Fragmento
…Llueve al amanecer. Cae un agua de plata y luz que arrastra sobre el asfalto el barro de las sombras. Llueve. Anuncia la radio temporal en el Cantábrico y chubascos dispersos en el interior. Llueve sobre la memoria que guarda ese tiempo en el que fui feliz y que el desencanto aventará al olvido: la noche pirenaica alrededor del hogar; el patio escolar de la sangre primera; la arboleda junto al río en donde despertó la carne; el campanario del Paraíso… Todo lo robó la vida. Pasa deprisa para los que son leves y no pesan a su viento. Se perdió aquel mundo para siempre. Se fueron sueños y días y solo queda el polvo y la carcoma, una petaca vacía y una pistola por disparar.
Mi infancia fue un tiempo de flores silvestres, herbazales y agua que corre en los regatos. Un tiempo de nubes inmensas, de relojes sin cuerda, de sueños sin anhelo. La veo como a través de un cristal empañado: cerca, muy cerca, pero intangible, imprecisa. Nos separa el vidrio de las arrugas labradas; de los sueños despierto. La veo como un campo infinito; un campo tras una lluvia que la lava de cualquier mancha, de cualquier barro. Pero la veo ajena; no mía. Es mi vida, pienso, sin embargo no soy yo ese muchacho que nada en el río, que besa a una chica que corre en la noche. Está ahí. Estará ahí. Siempre. Escondida. Guardada como una joya que manosea un avaro culpable de hollar ese metal con sus zarpas. Pero no obstante, dependiendo de la memoria de ese avaro que cuando se vaya la dejará como a un tesoro perdido y sin mapa…
Reseñas
…Describir La saga de los Pirineos significa adentrarse en lo nostálgico, en lo esperpéntico, en lo trágico, en lo anecdótico, en lo entrañable…
Miguel Terrado, Crónica del Jalón Medio
…La saga de los Pirineos arranca con un hombre esperando en el coche la llegada de alguien a quien va a matar. Y de ahí, enciende la grabadora y empieza a dejar el testimonio de una saga familiar en la que confluyen fuerzas, sentimientos e ideas en las que podemos vernos representados todos…
Mariano García, Heraldo de Aragón
…No hay intrincados vericuetos en el argumento, no son necesarios. La eficacia del texto está en otras cualidades. El autor se ha valido de la combinación de dos recursos estilísticos en apariencia contradictorios pero que ha sabido administrar virtuosamente: el tono poético y el sarcasmo […] y nos cala con ese estilo como la densa lluvia que acompaña tantas escenas en esta magnífica novela…
Antonio Losantos, Diario de Teruel
…La saga de los Pirineos es una visión global de Aragón a través de una familia muy peculiar […] donde la universalidad late en la mirada local…
Joaquín Carbonell, El Periódico de Aragón
…La historia de una familia que durante generaciones ha vivido según los ciclos agrarios y que ve irrumpir en su mundo la industrialización, el éxodo, el abandono y el olvido…
Alfonso Zapater, Heraldo de Aragón
…He aquí un trabajo literario, que es su primera novela, que ha logrado clasificarse en el puesto número cinco de los libros más vendidos de Aragón…
Mercedes Portela, Diario del Alto Aragón
…Un libro para leerlo dos veces y tres incluso: fresco, jugoso, poético, dramático, con una literatura fácil pero al mismo tiempo profunda. Para leer en una noche…
Javier Aguirre, TVE, La 2
…Un relato de tono lírico, cargado de simbolismo y escrito con prosa limpia y cuidada, llena de irisaciones y destellos, hermosas imágenes e ideas luminosas…
Francisco M. López Serrano, Heraldo
…Una novela con momentos realmente brillantes que hacen que merezca la pena su lectura…
Miguel Ángel Ordovás, El Periódico de Aragón
…La he leído, con poco sosiego, en un fin de semana porque me ha interesado mucho. Le felicito…
Ildefonso Manuel Gil, poeta
…Una obra muy bien escrita aunque de carácter complejo. Imprescindible…
Juan de la Encina, casadellibro.com
…Un gran libro. Estas vacaciones las he pasado en el Pirineo y he conocido a familias como las que se relatan aquí. Una novela que está muy bien. La recomiendo. Lo malo es que no sea más conocida…
Starlatin1 (Barcelona), Livra.com
«El fin de una saga», por Antonio Losantos
A poco de empezar la crónica de su familia, observa el narrador que «nada había cambiado en Casa Abarca durante más de cuatrocientos años». Él mismo es un Abarca, el último de ellos, y su mirada —melancólica más que nostálgica— posee intensidad, pasión incluso, pero también sarcasmo. A Martín Abarca, el nieto desnortado de aquel prócer llamado Juan —panteísta y delirante penúltimo eslabón de una recia cadena—, la descomposición de la saga no le produce dolor; a lo sumo, perplejidad. Sabedor de que es el último, se cree en la obligación de dejar testimonio: un par de cintas grabadas antes de cometer un crimen.
El arranque del texto, con los preparativos de ese crimen, tiene un aire sugerente, un tanto misterioso, fronterizo con lo policiaco. Se trata, no obstante, de un jirón de niebla, una justificación para contarnos la disolución de la saga familiar que Martín firma doblemente: como narrador y como ejecutor de otro Abarca, su tío Antón, vividor, urbanita y desprendido. Frente a la tópica y reiterada visión de la familia como algo sólido y permanente, nos parece un síntoma la declaración del tío poco antes de morir: «La esencia de la vida es cambiar», palabras que contradicen las transcritas más arriba. Pues bien, esa contradicción es esencial en la novela, y a lo largo de sus páginas se percibe la tensión latente entre el mundo imposible y periclitado de los Abarca y la realidad proteica de nuestro tiempo.
Sacados del seno pirenaico, vendido el caserón de Oliván —que terminará convertido en hotel y finalmente abandonado ruinoso—, los hijos de esa estirpe se dispersan por el mundo y van adquiriendo su condición de víctimas de una época que no respeta las tradiciones. Bien es verdad que la muerte —«el líquido amniótico de la tierra»— se va insinuando desde el principio, y que el narrador descubre de vez en cuando su presencia
agazapada, esa terca fatalidad del destino; pero también es verdad que el devenir de los Abarca con sus bodas y defunciones, con sus reuniones familiares y sus desgracias, tiene en sí mismo una coherencia narrativa que no precisa sobresaltos.
Las sucesivas migraciones en un progresivo desgajarse de los orígenes pero sin ir nunca de «recodos que apenas si figuran en el mapa», son también esenciales para explicar el desenlace. En todos estos cambios, además, Gracia Mosteo va incorporando personajes, dibujados siempre con maestría, tanto si se trata de figuras decorativas —don Casiano, por ejemplo, ese notario provinciano, casposo y reprimido— como si el trazo ahonda en los turbulentos entresijos del alma: es el caso de Hortensia, una criatura «enjaulada en la costumbre», torturado amor crepuscular del narrador, que bordea un tratamiento filosófico. Sobre todos ellos derrama Gracia Mosteo ironía y piedad a partes iguales, y muchos, con su presencia, determinan el carácter del propio Martín, su despertar a la crueldad de la vida: pensamos por ejemplo, en el malogrado Manolín, cuya muerte marca el final de la infancia del narrador y termina de convertirlo en un hombre «común y dolorosamente normal».
No hay intrincados vericuetos en el argumento, no son necesarios. La eficacia del texto está en otras cualidades. El autor —que es crítico literario— se ha valido de la combinación de dos recursos estilísticos en apariencia contradictorios pero que ha sabido administrar virtuosamente: el tono poético y el sarcasmo. Aunque en ocasiones se deja llevar por otros registros —la pura narración, el aforismo—, la verdad es que es la mezcla de ternura e ironía lo que el lector agradece y admira.
Dosificada la primera para que la prosa no resulte empalagosa, son sin embargo muchos los ejemplos: véanse las calculadas acotaciones a los diálogos de la página 47, el moroso polisíndeton de la página 107, o esta frutal descripción de la amada «tenía una geografía de montes de clara batida, de valles tupidos y colados de
mandarina» (página 131), o véase la extraordinaria anagnórisis que constituye el capítulo 18, último de la primera parte, clausura de la infancia.
En la mejor tradición satírica, se reserva el sarcasmo para describir a algunos personajes, en especial, a los Abarca. Desde la primera reunión (capítulo 8), una y otra vez se nos da cuenta de su dispersión en tono humorístico y ácido (capítulos 10, 17, 22, 28 y 33), y nos cala ese estilo como la densa lluvia que acompaña tantas escenas de esta magnífica novela.
Antonio Losantos, 2000
Diario de Teruel