Toledo, Editorial Celya
Finalista del Premio Fray Luis de León de Poesía 2014
Siempre he pensado, comenta el autor, que la mayoría de las composiciones del Romancero Viejo e incluso Nuevo están basadas en hechos reales, al fin y al cabo en una época en la que no existía Internet ni WhatsApp, los romances eran los lentos noticieros que traían y llevaban esas historias que a todos nos apetece escuchar: héroes que combaten sin miedo, amores contrariados o venganzas truculentas. Es verdad, sí, que los primeros fueron fragmentos de cantares de gesta, pero luego la temática se amplió y se pueden encontrar tanto épicos como líricos y novelescos, por no seguir más, pero todos tienen en común un poso de verdad; no en vano la literatura española, a diferencia de la francesa e inglesa, es sobre todo realista; la narración de eso que Unamuno llamaría intrahistoria; un espejo cóncavo, convexo o liso.
Es lo que he intentado al husmear en los periódicos y noticiarios de España, Argentina o México: seleccionar las noticias que me conmovían para luego convertirlas en romances. Para ello, hurgaba en las hemerotecas y la Red, y llamaba a los hospitales, comisarías y juzgados del sitio donde se habían producido; me presentaba como escritor, hacía mil preguntas e intentaba reconstruirlas. Naturalmente, no siempre era comprendido y me han llamado «pinche juntaletras», «gallego boludo» o «gacetillero huevón», pero al final conseguía acercarme a lo que había detrás. Llegaba, entonces, la segunda parte: buscar el tono, la persona y el enfoque; convertir aquellos ladrones, sicarios, traficantes y prostitutas en versos; hurtar el carácter periodístico para convertirlo en literario; poner en octosílabos prietos y asonantes, unas vidas empapadas en droga, sangre y persecución. Eso era lo más difícil; lo que no sé si he sabido hacer…
Fragmento
«Jácara de Cristian Juárez, sicario»
Dos mil es lo que cobraba,
justo dos mil aunque diga
que un narco le apuraba.
Viajaba hacia San Diego
procedente de Tijuana,
tenía catorce años,
una madre y dos hermanas.
Era para mantenerlas
y que así se callaran;
me dijo el capo Morelos
que si no lo hago las mata.
¿Qué podía hacer, señor,
sino cumplir lo que mandan?
Matar no es nada difícil,
y la vida hay que ganarla.
Me regalaron un colt,
cartuchos y una navaja;
ahora veremos, dijeron,
si quieres utilizarlas,
si sabes hacer muertitos
como quien arrea vacas.
El primero fue el peor,
no dormí en una semana,
los que llegaron después,
ya eran ganado sin alma.
Viajaba hacia San Diego
procedente de Tijuana,
pasaba ciego de mota
con cinco escenas grabadas:
cuatro decapitaciones
y una mujer torturada.
Nada más las degollé,
me jalaron en Tijuana;
tú solo haz lo que debes
si quieres ver a tu mama.
Ocho soldados y un cura
le seccionaron el alma:
unos con la balacera,
otros con palabras blandas,
que el cielo está muy arriba
pero el infierno, en Tijuana,
y para viajar tan cerca
con el celular te basta.
Un federal de Jalisco
le metió el tiro de gracia:
ahora veremos, le dijo,
si mueres igual que matas;
si eres hombre o eres chavo,
al encarar a la Parca.
Pero él ya no le oía,
lejos como se encontraba,
muy arriba, en el Norte,
llegando a su nueva casa,
que hasta sonreía, dicen,
al sentir entrar la bala.
En un hoyo lo enterraron
al fondo de una cañada,
entre Tijuana y San Diego
para que no destapara
los que pagan la pachocha,
ni su pericia probada,
que cuando se mata tanto,
es mejor no contar nada,
y metro y medio de tierra,
dos piedras y una meada
cierran la boca a cualquiera
y no hay tarifa que valga.
Dos mil es lo que cobraba,
justo dos mil aunque diga
que un narco le apuraba.
Reseñas
Decía mi admirado José Luis Alvite que la vida es de una belleza distinta y emocionante si la miras a través de una ventana con los cristales sucios, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de la gente nos empeñamos en limpiar los cristales esperando ver con toda nitidez esa mañana luminosa de primavera en la que cantan los pajarillos al alba y verdean los campos, pero la realidad, contumaz, persistente en el error, se empeña en volverlos a ensuciar. José Luis, ahora no me refiero a Alvite, sino a mi también admirado Gracia Mosteo reivindica esa mirada turbia, cargada de excesos, la más real, de los cristales sucios: la del prostíbulo, la comisaría, la cárcel, el metro, los pisos patera, el manicomio… Su último poemario, Romancero negro, finalista del premio Fray Luis de León 2013 de poesía, sigue la estela —como obra en marcha— de su anterior, Blues de los bajos fondos (2009), si en este recorría la N-II de burdel en burdel, ahora con el monocorde sonsonete del romance de ciego peregrina por la ciudad cantando y contando, dando voz a sicarios, camellos, pandilleros, violadores, prostitutas, boxeadores sonados, inmigrantes… Pero el romance muta a Rap (Rhythm and poetry) en su segunda parte, para «adecuar el libro a la crispación de la calle», nos confiesa, evolucionando como la escritura de sus poemas, que arranca en el plácido 2007 y se extiende hasta el turbulento 2014, con la crisis de las hipotecas en su nivel más asfixiante.
Gracia Mosteo se empeña en devolver la dignidad a aquellos colectivos que son condenados por la sociedad tradicional, o por lo menos les deja arrojar la pedrada de su terrible historia a la cabeza del lector sin cortapisas ni tapujos, con ironía y sarcasmo incluso, pero siempre con verdad: la de la realidad que se esconde tras los cristales sucios. Los escenarios de sus personajes son lugares habitados por perdedores inevitables, seres juzgados y condenados ya desde su nacimiento o infancia, son tragedias clásicas contemporáneas. Al asomarnos a estos lugares y a su estilo poético también nos asomamos al alma del autor, a su pensamiento, a su formación intelectual, anticipada por las citas que abren los poemas y conforman una especie de autorretrato poético, un verdadero catálogo de poesía perfectamente armado y coherente, que va desde los clásicos hasta el siglo XXI.
En su primera parte, «Nuevos romances fronterizos», formada por quince composiciones, las citas son de poetas griegos y latinos, Virgilio, Homero, Safo, etc., y con ellas Gracia Mosteo nos anticipa que como Arquíloco de Paros, se va a comportar como un libertino, un mercenario y un cínico (en el sentido filosófico de la palabra), como el inventor del yambo, se expresa en versos vulgares, nada refinados ni dados al sentimentalismo barato, escapa de tópicos, escribe a la pata la llana, para ser entendido por todos, con rabiosa sinceridad; como Tibulo, otro de sus referentes, con estilo sencillo, chirriantemente armonioso; como Simónides de Ceos entiende su poesía como una pintura «que habla», como un arte que entra inmediatamente por los sentidos, es una poesía plástica que participa de la incertidumbre de la condición humana («Siendo hombre, jamás digas que va a pasar mañana»); como hiciera Juvenal con sus sátiras, Gracia Mosteo denuncia con sus romances los vicios, las injusticias sociales y la indignidad de las clases dominantes; con Teognis de Megara participa de su minimalismo poético y como él en su poesía pretende realizar un retrato de la sociedad en un mundo cambiante, etc.
En la segunda parte, «Raps de los malos tiempos», abandona a los clásicos para encomendarse a la poética hermosamente fea de la Generación Beat, de esos derrotados y marginados, pero a la vez pletóricos de convicción, como fueron Ferlinghetti, Lamantia, Kerouac, etc., que conviven en su bagaje poético con esos raros y marginales aragoneses como Miguel Labordeta, Julio Antonio Gómez —el Gordo del Nike—, Auseron, etc., y con escritores malditos como Poe, Genet, Bukowski y, sobre todos, aquel gran maestro de la burla, el inmenso cachondo, el último goliardo, François Villon, el primer asesino poeta. Mosteo, como Villon, elige a sus compañeros de viaje entre lo más degenerado del lumpen, son gentes «con mal en el alma y bien en el cuerpo», como la poesía del francés, la suya es irreverente, sincera, divertida, clásica en su forma, pero radical en su fondo, un dardo lanzado contra la hipocresía social y la ceguera de la cultura oficial. Yo, que contrariamente al prologuista del Romancero negro, Montero Glez, no voy de putas, y me empeño en limpiar esos cristales sucios cada día, recomiendo su lectura por divertida y auténtica, al fin y al cabo he de reconocer mi fascinación por ellas, aunque sea literaria y cinematográfica, de alguna manera mi vida sentimental es deudora de muchas putas de buenos sentimientos, desde las que visitaba e hipnotizaba Buñuel en su juventud, pasando por las de Cela, Vargas Llosa y García Márquez, ni qué decir tiene que en mi particular imaginario ocupa un lugar de privilegio esa cara con ángel que fue Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes o Julia Roberts dando vida a esa cenicienta rediviva en Pretty woman. Confesaré incluso que hubo una época que tuve como lectura de noche El arte de las putas, del relamido Moratín y, si me apuran, convendré con Mosteo y Glez que, quizá hubiera que proponerla como lectura obligatoria .
Juan Villalba Sebastián, Revista Turia
En los últimos años, han sido reseñados en esta sección varios libros de José Luis Gracia Mosteo. El escritor aragonés (Calatorao, 1957), afincado en Madrid, es un todoterreno de la literatura. Ha publicado novelas, libros de relatos, críticas literarias y un par de poemarios de tema antitético (La balada del valle verde, en 2004, y Blues de los bajos fondos, en 2009). De nuevo vuelve a la poesía de mundos marginales y canallas, y a demostrar su dominio de los diferentes registros lingüísticos y literarios, con Romancero negro, al que acompaña el descriptivo subtítulo de Treinta poemas de sexo, crimen y desamor. El libro, presentado como El cantar del lumpen, fue finalista del Premio Fray Luis de León de Poesía, otorgado en 2014 en la ciudad de Cuenca por un jurado presidido por José Manuel Caballero Bonald y compuesto por Luis García Montero, Jesús García Sánchez, Benjamín Prado y Marta Segarra.
Los treinta poemas se dividen equitativamente en quince «nuevos romances fronterizos» y en otros tantos «raps de los malos tiempos». Según explica el autor al final del libro, el poemario fue escrito entre los años 2007 y 2014, «coincidiendo con la crisis de las hipotecas, que hizo que los romances se fueran convirtiendo en raps para adecuar el libro a la crispación de la calle». Rap, explica, significa Rhythm and poetry (ritmo y poesía), es decir, «Ritmo Adaptado a la Poesía». Y, a mi parecer, si bien están los romances, los raps todavía los superan. En cualquier caso, por ambos grupos desfilan personajes del mundo del hampa, la marginación o la pobreza. Se suceden, casi por orden y en singular nominado, sicarios mejicanos, chulos, atracadores de metro, violadores, torturadores argentinos, putas o mesalinas, gitanos, grunges, atracadores de bancos, exboxeadores sucios y arruinados, gorrillas de aparcamiento, ladrones de supermercados, locos, pobres con el síndrome de Diógenes, camellos, emigrantes del este, moros o sudamericanos.
Sobre el mundo de la inmigración y sus míseras formas de vida, destaca el poema «Walter Gropius desaprueba las casas del futuro». Son quince versos impresionantes que hablan sobre los pisos patera. Estos son los cuatro últimos: «Un piso patera, en un país extraño, / es una celda donde se come y caga / el décimo círculo de la Commedia / de Dante, el infierno al fin creado». Todo un catálogo del submundo urbano que el autor encierra en poemas cortos y densos, cargados de realidades marginales y de ritmo bien pautado y rimas asonantes. Conoce el autor, y de ella bebe, la tradición literaria, las jácaras y romances quevedescos, la jerigonza del hampa y el barrio bajo y la picaresca hispana. Y, del ayer al hoy no hay tanto, traslada esas formas del barroco a los mundos actuales, con sus fechorías y picarescas contemporáneas y con las jergas modernas del idioma. Para facilitar su entendimiento, se añade al final del libro un pequeño diccionario del argot utilizado.
Como ya ocurría en Blues de los bajos fondos cada uno de los poemas está encabezado por una cita literaria. Es esta de un autor clásico grecolatino en los romances fronterizos y de autores más recientes, desde el tardomedieval François Villon y el romántico Poe a los contemporáneos Dylan o Santiago Auserón, en los raps de los malos tiempos. El último poema («Valiente, apuñalado por el cáncer») es un precioso y sentido homenaje a Ricardo Vázquez-Prada, periodista libre cuya alma «habita en las páginas de Heraldo y en sus libros». Como dice Montero Glez, en su breve pero delicioso prólogo, en los poemas de este Romancero negro «viaja la esperanza junto a la derrota». También en ellos conviven el drama y la ironía, el desamparo y la supervivencia. José Luis Gracia Mosteo ha vuelto a escribir un poemario magnífico. Un pequeño libro que contiene todo un mundo. Que retrata con pasión y con violencia las existencias duras de los damnificados por la crisis y la lucha cruel por la vida de los que por uno u otro motivo viven al margen o en las afueras del sistema.
Carlos Bravo Suárez, Diario del Alto Aragón